Opinión
Explorando los campos del saber

La innovación supone ampliación-renovación del correspondiente campo del saber, con la llegada de descubrimientos traídos por personas que exploran posibilidades. A veces se causa un gran impacto, pero no se precisan para ello grandes departamentos de investigación; hoy todos somos exploradores del conocimiento conocido, pero algunos los son también porque se adentran en la terra incognita del saber.

 

por José Enebral Fernández (Consultor colaborador del think tank Know Square)*

 

Hace pocas semanas, formulaba ideas sobre el origen y la aplicación del conocimiento adquirido. Por un lado, su relación con la información; por el otro, con la acción, es decir, con el uso idóneo del saber en el desempeño cotidiano. Eran dos hiatos en que valía la pena detenerse, pero hay otra relación igualmente atractiva, si no más: la existente entre el conocimiento y la innovación. Enfoquemos, sí, el continuo enriquecimiento de cada área del saber, por parte de los expertos que hacen contribuciones.

 

La innovación viene a suponer una ampliación-renovación del correspondiente campo del saber, fruto de valiosas aportaciones. Es verdad que se ha llegado a numerosos descubrimientos (serendípicos) con buena dosis de casualidad (penicilina, teflón, estetoscopio, horno de microondas…), pero allí había una mente preparada, receptiva, creativa. También se ha llegado, claro, por investigación, experimentación, intuición, conexión, hipótesis, inferencia… Todos deberíamos, seguramente y por cierto, cultivar más la intuición.

 

La era del conocimiento nos mueve a cultivar, desde luego, el aprendizaje permanente a lo largo y ancho de la vida —a ser exploradores del saber conocido—; pero contamos en verdad con personas que se adentran en la terra incognita —exploradores del saber desconocido—, para aprender lo que todavía no sabe nadie. Para explorar en la información disponible se precisan cualidades específicas (entre ellas, el pensamiento crítico), pero si además se desea añadir conocimiento al campo, crear, innovar, entonces cabría hablar de un perfil especial para estos exploradores, bien estudiado por diversos expertos en creatividad (incluido M. Csikszentmihalyi).

 

En nuestro tiempo, los campos del saber —todos en crecimiento continuo— se solapan en gran medida y hasta algunos se han fundido entre sí. Recordemos que un descubrimiento en un campo puede tener aplicación en otro y así, por ejemplo, la cirugía se benefició de la tecnología láser, el envasado se reconcibió con la llegada del plástico, la mecánica se reforzó con la electricidad y la electrónica, la cocina lo hizo más recientemente con las microondas o la inducción, la fotografía se…  Sí, cabe destacar la presencia y peso de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) en tantas industrias.

 

El pensamiento conectivo resulta, en efecto y a menudo, fundamental en la aplicación de los descubrimientos. Se cuenta, por ejemplo, que los americanos no sabían muy bien qué hacer con el transistor —un gran hito en el avance técnico—, y lo que llegó luego fue la miniaturización japonesa a través de los intuitivos fundadores de Totsuko (luego Sony), Masaru Ibuka y Akio Morita. Sin menoscabo del premiado trabajo de Bardeen, Brattain y Shockley, parecería que los científicos de Western Electric toparon con el transistor sin saber lo que buscaban, y hasta se viene ya sosteniendo que se trataba de tecnología alienígena, a la que habrían podido acceder tras la recogida de material en Roswell (1947), o incluso antes, en Missouri (1941).

 

Reflexionemos sobre cómo se llega a la novedad a partir del saber existente, porque parece en verdad un hiato a observar. Básicamente hay un crecimiento natural, de visible continuidad, que viene a mejorar las cosas, acaso tras alguna inferencia ingeniosa; pero hay asimismo un crecimiento cuántico, rompedor, que introduce elementos —la auténtica innovación— que poco tienen que ver con lo anterior y causan notable impacto. Al respecto, cabe recordar cómo clasificaba Genrich Altshuller (1926-1998) las novedades, desde lo que entendemos como superación de problemas y mejora continua (el crecimiento natural), pasando en efecto por saltos importantes, más trascendentes (que excedían los límites de la empresa, o incluso los del sector), y llegando finalmente al grado de revolucionario por su impacto social.

 

Me pareció, por cierto y en párrafo digresivo, que Altshuller suponía para la gestión del conocimiento y para la innovación lo que, también mediado el siglo XX, Peter Drucker para la gestión empresarial; pero luego me acabé inclinando por la grandeza del primero, que parecía único en su tiempo y campo. En realidad y como acaso recordará también el lector, lo que se ha venido subrayando a veces es cierto paralelismo del soviético de Taskent-Uzbekistán, con la trayectoria del genio Albert Einstein, de Ulm-Alemania: ambos de familia judía, trabajaron al principio en oficinas de patentes, eran muy crítico y creativos, padecieron persecución y se mostraron siempre muy convencidos de sus ideas.

 

En algunas empresas quizá se habla de innovación con limitada ambición, para referirse a meros cambios internos en herramientas o procedimientos; pero hay organizaciones muy decididas, que no viven la generación de novedad como suceso, sino como proceso. Podemos recordar aquí que no toda la innovación es propiamente tecnológica, ni toda la tecnología está relacionada con la información y la comunicación. Y hay que insistir en que a veces se topa con un interesante hallazgo y no se sabe bien qué hacer con él, como asimismo ocurrió inicialmente con el pegamento de cianoacrilato.

 

En ocasiones resulta difícil a la nueva ciencia abrirse camino. Así pasó con la visión heliocéntrica —un hito en la astronomía y ejemplo habitual— que ya formulara Aristarco de Samos hace unos 2300 años (y acaso algún otro filósofo anterior a él), pero, más cerca de nuestro tiempo, también el propio establishment científico ha venido obstaculizando e incluso neutralizando avances muy valiosos; por ejemplo, propuestas en torno a la teoría cinética de los gases, como (siglo XIX) la del inglés John Herapath o la del escocés John James Waterston, a quienes parece que desoyeron los científicos oficiales. Numerosos, sí, los ejemplos posibles en el siglo XX y aun en este.

 

De modo que los expertos pueden hacer crecer el campo de su especialidad de un modo natural y continuo, y también pueden llegar, acaso en presencia de oportunos catalizadores (circunstancias favorables), a descubrimientos rompedores de notable impacto, como ocurrió con los transistores. Entre el pasito corto y el gran salto, todas las posibilidades intermedias.

 

Al hablar de novedades revolucionarias podemos pensar, por ejemplo, en la aparición de las vacunas, y recordar que Edward Jenner era simplemente el médico de Berkeley (condado de Gloucester) y creó (1796) la vacuna antivarólica; que Charles Goodyear era un pequeño fabricante en Woburn (Massachusetts) y llegó (1839) a la vulcanización del caucho, de innumerables aplicaciones; que resulta reveladora la trayectoria de Helena Rubinstein, una mujer que levantó un imperio desde la nada… Terminemos, sí, con el mensaje de que, en su génesis, la innovación no está reservada a organizaciones con grandes departamentos de investigación.

 

 

* José Enebral Fernández comenzó su actividad profesional en 1972, en el Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph en Madrid, dentro del área de nuevas tecnologías y metodologías para la formación.

Ha publicado artículos en revistas como Dirección y Progreso (APD), Capital Humano, Dirigir Personas, Training & Development Digest, e-Learning America Latina, Nueva Empresa, Cambio Financiero, Visión Humana y otras, y asimismo en portales de Internet.

En su trayectoria profesional se destaca:

  • Ingeniero Técnico en Electrónica por la Universidad Politécnica de Madrid.
  • Formación de posgrado en ITT, Eurofórum y ESIC.
  • Profesor de EUDE.
  • Diseñador instruccional de sistemas de aprendizaje on line.
  • Consultor en materia de aprendizaje permanente.
  • Autor del libro “La intuición en la empresa” (Gestión 2000).