Opinión
De guiones y guionistas, en conexión con el e-learning

Ya desde los años 90, los productos formativos para e-learning no han terminado de satisfacer siempre las expectativas de los usuarios en el mercado español. El análisis es complejo, pero seguramente cabe convenir en que los guiones interactivos y multimedia no han alcanzado siempre la calidad didáctica deseable. Cómo revalorar el aporte de los guionistas.

por José Enebral Fernández, consultor colaborador del think tank Know Square*

 

Pasada la última entrega de los premios Goya, leí que nuestros guionistas se sienten “los últimos monos” de la industria del cine español, y creo que pasa lo mismo en otros países. Parece en verdad una situación injusta, que forma parte de una escala de valores arraigada en la cultura, acaso también relacionada con el avance tecnológico. Lo digo porque identificamos y valoramos, sí, a los autores en el teatro, pero no hacemos los mismo con los guionistas, en el más aparatoso y glamuroso mundo del cine (o la televisión).

 

Como espectador, creo que el guion viene a ser el soporte de la película y, sin que aquel resulte sólido, convincente, intenso, atrayente, esta se desmorona. Sin menoscabo de otras cardinales funciones, el de los guionistas (recuerdo ahora a William Rose, por ejemplo) es un trabajo creativo, artístico, que resulta decisivo, determinante, aunque estos queden fuera del candelero y sean otros artistas (actores, directores…) quienes lo acaparen. Uno va al cine a ver historias interesantes, bien contadas, que le generen sentimientos.

 

He citado a Rose, como denominador común de películas que vi hace tal vez unos cincuenta años y que todavía recuerdo con satisfacción: “El mundo está loco, loco, loco, loco”, “El quinteto de la muerte” o “Adivina quién viene a cenar esta noche”; pero cabría citar a otros muchos guionistas, incluido nuestro Rafael Azcona, grandísimo entre los grandes del cine español. Sin embargo, el espectador suele fijarse en actrices y actores; por ejemplo y por referirme a la industria argentina, aquí gozan de sensible popularidad no pocos protagonistas (ahora quizá especialmente Ricardo Darín, pero también muchas y muchos otros, jóvenes y no tanto) y uno, en cambio, no sabría citar guionistas.

 

Sin embargo esto no va de cine ni, en principio, de arte, y conecto ya, cerrada la isagoge, con lo del aprendizaje electrónico. Desde los últimos años ochenta y hasta entrado este siglo, como docente bastante atento a las nuevas metodologías y tecnologías de formación, he tenido periodos de dedicación al diseño de guiones para e-learning. Al principio se trataba de cursos off line grabados en aquellos floppies, que yo mismo materializaba con un programa de autor; pero también escribí luego textos para sistemas de laserdisc y, ya en este siglo, para cursos interactivos on line. En esta época on line, mi tarea se limitaba, sí, al guion, muy definido pantalla a pantalla e incluyendo gráficos, dibujos, esquemas, interacción, etc.

 

Uno se sitúa, pues, dentro de la experiencia en guiones interactivos para e-learning, el último de los cuales (curso de innovación para directivos y trabajadores expertos) alcanzó cerca de 700 pantallas: unas 150.000 palabras, incluyendo diálogos, esquemas y figuras (por cierto y porque la empresa estaba ocultando mi autoría, hube de llevarlo al Registro). De modo que este punto de vista sobre la elaboración de cursos para e-learning puede resultar parcial y equivocado, pero también acaso cabe atribuirle algún fundamento, o al menos puede alentar la reflexión. Dos detalles relataré a continuación, que me parecen reveladores.

 

Primero. Creo que nadie puede enseñar lo que no sabe, pero una vez (2009) me preguntó un empresario del sector si podía yo preparar un guion de un curso sobre un tema que me resultara ajeno. Mi respuesta fue que primero lo aprendería en grado suficiente y luego lo enseñaría, aunque obviamente prefería hacer guiones de los temas que ya conocía, y en los que había profundizado más. No, no llegué a colaborar con aquel empresario, que quizá me tuvo por excesivamente aprensivo (acaso lo soy).

 

Segundo. Por aquel mismo tiempo y en calidad de docente con experiencia en e-learning, sí colaboré con otra empresa del sector. El empresario me dijo antes de encargarme un trabajo: “Te veo como un experto, pero no creo que seas capaz de diseñar un guion”. Con una prudencia que quizá no me acompañaba siempre, pedí un ejemplo a seguir. No me facilitaron ninguno, de modo que, para mi primer guion allí, me atuve a mi know how anterior. Luego supe que una muestra de aquel trabajo mío se proporcionó a otros diseñadores como referencia, pero lo destacable es que no se atribuía (allí, al menos) a los docentes la capacidad de generar guiones para e-learning… ¿A quién entonces? Sigamos con la reflexión.

 

Los proyectos de elaboración de estos productos formativos eran, en mi tiempo y entorno, capitaneados por los tecnólogos de producción y, aun dentro de la misma empresa de formación, los docentes nos sentíamos subcontratados para el desarrollo del contenido. Solía yo pedir instrucciones específicas para los diálogos y el grado multimedia, pero se diría que preferían dejarme hacer, e introducir ellos luego modificaciones acordes con los formatos de interactividad que manejaban (creo que tenían un catálogo).

 

Uno podía luego revisar los resultados, pero la discusión se hacía complicada, porque el autor manejaba significados y los tecnólogos parecían manejar solo significantes; significantes que venían a subordinarse, digamos, a los efectos especiales que hacían el curso más vistoso. Siempre a mi modo de ver —a mi particular y parcial modo de ver—, el efectismo imperaba a menudo sobre la efectividad.

 

La esperada aparición (creo que en 2008) de la norma UNE 66181 de AENOR (sobre calidad de la denominada formación virtual) no pareció venir en la práctica a mejorar las cosas, sino a proporcionar argumentos a quienes veían la calidad de los cursos como algo proporcional al número de clics a que se obligaba al usuario. Bien está la interactividad, en la medida en que recree diálogos docente-discente para alentar, por ejemplo, las más idóneas inferencias del usuario; pero no tanto, cuando viene a recordar meramente el paso de páginas de un libro.

 

Aquí recuerdo cómo algunos técnicos de producción me partían en cuatro trozos el texto de una pantalla, para que el usuario tuviera que hacer cuatro clics para leerlo. Si me hubieran pedido utilizar ese formato de interactividad (“1-2-3-4”), yo lo habría aplicado dentro del guion en los resúmenes de cada unidad, por ejemplo. En efecto, me resultaba curioso que me ocultaran algunos formatos que manejaban en la producción, para luego incorporarlos ellos, no siempre con acierto. Me parecía, sí, que lo suyo era añadir precio, sin atender debidamente al valor (didáctico).

 

He de insistir en que mi punto de vista es de docente, y además referido a tiempo atrás y entorno limitado; pero me parecía que la información textual, aunque medida, no era bien vista en las pantallas por los técnicos de producción; parecían preferir un muñeco parlante, aunque no quedara registro escrito de lo didácticamente previsto para ser leído por el usuario. También tendían los técnicos a introducir animación en los esquemas, dibujos, etc., aunque no siempre con criterio didáctico visible. A veces temporizaban las pantallas, y no siempre daba tiempo a leer el texto.

 

Eran años de una cierta fiebre del e-learning y, por ejemplo, supe de un curso de Ortografía (no diré para qué cliente) que simplemente reproducía la normativa existente (resumida y desactualizada, por cierto). Entonces pensé que sería más barato y efectivo contar con el muy manejable y preciso manual de 160 páginas que publicaba la propia RAE. Pero, al margen de experiencias diversas, lo que vengo a subrayar en estos párrafos es que la producción de cursos para e-learning parecía haberse orquestado como asunto de tecnólogos de las TIC, y no de docentes atentos al progreso metodológico y tecnológico. O sea, que los guionistas también parecíamos los últimos monos de esta industria de la formación, tan distante de la del séptimo arte.

 

La industria del e-learning queda, sí, muy lejos de la del cine, pero el aprendizaje permanente constituye una exigencia inexcusable, y los cursos interactivos habrían de resultar atractivos y efectivos, porque de otro modo el usuario, mientras pudiera elegir, buscaría alternativas de aprendizaje menos encorsetadas y acaso con otras ventajas adicionales. Entre estas alternativas se halla también por cierto el aprendizaje informal, que incluye la mera búsqueda de información en Internet, combinada con el aquí imprescindible pensamiento crítico.

 

Cada tema es particular pero, para un e-learning formalmente orquestado que haya de resultar atractivo y efectivo, el guion habría de estar escrito con pulcritud, claridad y concisión; con la empatía cognitiva y emocional que a veces encontrábamos en aquella enseñanza programada de décadas atrás, evitando empero piruetas innecesarias en el avance discente. El diálogo ha de impulsar la inferencia acertada tras la conclusión perseguida y asegurar desde luego la solidez del aprendizaje. La magia del buen docente tendría que estar presente en el guion de un curso interactivo, de modo que el usuario llegara incluso a experimentar una cierta dosis de autotélico disfrute.

 

Uno añadiría aquí, para terminar ya, que lo importante en el desarrollo permanente es el qué aprender (tras oportuna autocrítica), y no tanto el cómo (e-learning, classroom, coaching, shadowing, on the job, outdoor, storytelling…). Se habría de atender a conocimientos y también a destrezas cognitivas, facultades intra e interpersonales, actitudes, valores, creencias, conductas…, y se habría de asumir por cada persona un grado suficiente de protagonismo en el propio desarrollo personal y profesional. Pero el último mensaje es de reconocimiento para los buenos guionistas de esta industria, docentes que, expertos en sus campos, sintonizan con el avance metodológico y con las emergentes tecnologías de la información y la comunicación; si no son artistas, diría uno que son magos de la enseñanza.

 

 

Marzo 2016

 

 

* José Enebral Fernández comenzó su actividad profesional en 1972, en el Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph en Madrid, dentro del área de nuevas tecnologías y metodologías para la formación.

Ha publicado artículos en revistas como Dirección y Progreso (APD), Capital Humano, Dirigir Personas, Training & Development Digest, e-Learning America Latina, Nueva Empresa, Cambio Financiero, Visión Humana y otras, y asimismo en portales de Internet.

En su trayectoria profesional se destaca:

• Ingeniero Técnico en Electrónica por la Universidad Politécnica de Madrid.

• Formación de posgrado en ITT, Eurofórum y ESIC.

• Profesor de EUDE.

• Diseñador instruccional de sistemas de aprendizaje on line.

• Consultor en materia de aprendizaje permanente.

• Autor del libro “La intuición en la empresa” (Gestión 2000).