Análisis |
¿Cuál es el mejor lugar para aprender? |
por Javier Martínez Aldanondo, gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
"La educación es lo que queda cuando todo lo aprendido en el colegio se ha olvidado" (Albert Einstein)
Varias veces me he referido a 2 de los principales problemas de la educación (que nada tienen que ver ni con la calidad de los profesores ni desde luego con los alumnos):
Hay otros elementos absolutamente cruciales para el aprendizaje como son DÓNDE aprender y CUANDO. Esta vez me referiré únicamente al primero.
Si te pregunto cuál es el mejor lugar para aprender a cocinar, andar en bicicleta, liderar un equipo de trabajo, instalar una tubería, construir una casa o diseñar un plan, resultaría muy extraño que tu respuesta fuese: un aula. Para cocinar es imposible encontrar un mejor lugar que la cocina igual que no tiene sentido aprender a andar en bicicleta o liderar un equipo en un aula.
El mejor lugar para aprender es aquel dónde vas a aplicar lo que aprendiste y no en un sitio diferente que no se parece en nada. Sin embargo, nuestra primera reacción es pensar que para aprender hay que hacer un curso y para ello hay que desplazarse a algún lugar físico (colegio, universidad, etc.) y en concreto a un aula y someternos a sus rituales habituales: profesor que intenta enseñar, alumnos que fingen que atienden, libros, horarios, exámenes y notas.
Cómo veremos, el aula no fue diseñada apropiadamente para aprender. ¿Sentarse en una silla a escuchar a un profesor será la mejor manera que conocemos de aprender? Sin embargo, eso es exactamente lo que hacen la mayor parte del tiempo (si no todo) nuestros niños en el colegio y nuestros jóvenes en la universidad. Sentarse en una clase de cualquier asignatura no es muy distinto de ver las noticias en la televisión, solo varía en que algunos asistentes toman apuntes y en que la tele utiliza recursos multimedia mucho más espectaculares y cuando te aburres siempre te queda la alternativa de cambiar de canal mientras que en clase no puedes cambiar al profesor.
¿Por qué entonces todo nuestro sistema educativo gira alrededor del aula cuando se trata de una pésima solución en términos de favorecer el aprendizaje? Obviamente la explicación solo puede ser económica: es muy barato amontonar estudiantes en un aula (por ejemplo 100) con un equipamiento mínimo (silla, mesa, pizarrón) y un solo profesor para todos ellos. Imaginad el desafío logístico y financiero que supondría acondicionar cocinas equipadas (o bicicletas) para cada una de esas 100 personas con sus respectivos utensilios y profesores que fuesen supervisando individualmente el avance de cada uno. Debiésemos ser suficientemente sinceros para reconocer que hemos escogido la peor alternativa en términos de aprendizaje privilegiando la solución más rentable y desde luego, la más cómoda.
El aula es un invento artificial cuya disposición física (todos sentados en filas mirando al frente y en silencio) viola todos los principios del aprendizaje natural. Hay datos indiscutibles y demoledores que avalan su inoperancia: si el 65% de los chilenos con educación superior entiende sólo textos simples o la mayoría de españoles tienen graves falencias en expresión oral, entonces la educación que tenemos está fracasando. Incluso el Papa Francisco habla de aprender haciendo cuando afirmó recientemente que “no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta”. Científicos británicos acaban de confirmar que los genios matemáticos se hacen con la práctica y no nacen.
En ocasiones es primordial volver a hacerse preguntas básicas ¿Por qué educamos a nuestros niños? Desde luego no es para que sepan un montón de cosas (eso ya lo hace muy bien Google) sino que el objetivo es prepararlos para la vida y entregarles las herramientas y conocimientos que algún día les permitirán conducirse como adultos independientes y autónomos. Mientras en la mayor parte de los animales, ese proceso tarda semanas o meses, en el caso de los seres humanos hacen falta bastantes años para completarlo.
En el pasado, ese rol educativo correspondía a la familia y a la tribu y más en concreto, a los ancianos que eran considerados los más sabios por la experiencia que habían acumulado. Tus padres, ¿te enseñaron cosas importantes, tal vez algunas de las más trascendentales de tu vida? ¿Crees que te enseñaron bien? ¿Y qué sabían ellos de aprendizaje? ¿Influyó en algo su nota de acceso a la universidad o tal vez ni siquiera fueron universitarios? Posteriormente, cuando las exigencias laborales de los padres hacen inviable mantener ese modelo, se inventan instituciones, como la escuela y la universidad, a quienes trasladamos el encargo de instruir a los jóvenes ¿Por qué se decidió separar el proceso en colegio y universidad? ¿Por qué uno dura 12 años y el otro generalmente 5 e incluyen un set inamovible y muchas veces absurdo de asignaturas? No he conseguido que nadie me lo pueda contestar.
Si creemos que el mejor lugar para aprender es aquel donde tendrás que aplicar lo aprendido, no hay más remedio que considerar seriamente rediseñar todo el sistema educativo, empezando por el papel que juegan instituciones intocables como el colegio y la universidad . No se trata de un capricho ni una locura: si el presidente de Corea del Sur aconseja a los escolares “saltaos la universidad y empezad a trabajar”, si el responsable de RRHH de Google reconoce que “el expediente académico no sirve para nada”, si hay alumnos que demandan a su universidad por no encontrar trabajo, si surgen alternativas sólidas para quienes se plantean no ir a la universidad, si el valor de la educación universitaria se pone en tela de juicio y por tanto se cuestiona la inversión de pagar una carrera, significa que es inevitable que el sistema educativo sufra un tsunami inminente. Incluso la prensa se hace eco de ello cuando escribe que tener buenas notas ya no basta para encontrar empleo. En la era de la innovación, no puede haber límite respecto de las hipótesis que nos podamos plantear.
¿Hacia dónde nos podría conducir ese camino? Para empezar, si el fin de la educación es prepararte para afrontar tu futuro, entonces es imposible desconocer la importancia que juega el mundo laboral y si no que se lo pregunten a ese 50% de jóvenes españoles desempleados y desesperados porque no consiguen trabajo. Esto significa concentrarse en aprender todo lo necesario para obtener un empleo, es decir aquello que sabemos utilizarás a lo largo de tu vida. Hoy en día, lo que pasa en un colegio y en menor medida en la universidad tiene poco que ver con el trabajo que espera a los estudiantes.
Debemos replantearnos el modelo actual que comienza estresando a los niños desde que a los 4 años entran en la escuela y sustituirlo por un itinerario flexible que contemple múltiples alternativas:
Para lograrlo, es evidente que necesitaremos un nuevo tipo de profesor, más bien un guía como los que se mencionan aquí y metodologías pedagógicas proscritas como por ejemplo el juego.
Esta propuesta acarrea algunas consecuencias ineludibles:
Conclusiones
No es lógico que el mundo cambie tan rápido y sin embargo, el proceso responsable de preparar a los jóvenes para ese mundo incierto (y en concreto para acceder a un trabajo) no haya sido modificado en décadas. Como consecuencia, el modelo actual es incapaz de cumplir adecuadamente ese mandato, menos aun con los desafíos que plantea el S.XXI.
La explicación es muy simple: diseñamos colegios y universidades donde los alumnos estudian en un aula alejada del lugar donde algún día tendrán que poner en práctica lo aprendido. Por eso mismo, las aulas actuales no tienen ningún porvenir.
El nuevo proceso de aprendizaje deberá estar liderado por las empresas que son quienes en definitiva conocen los trabajos que nuestros jóvenes van a desempeñar. Tendremos que trasladar la responsabilidad del proceso de la universidad hacia la empresa para que llevar “las aulas a terreno” sea una realidad. ¿Utópico? Tal vez.
El primer paso sería ayudar a la universidad a resolver su contradicción vital: Tiene una inequívoca e irrenunciable vocación por la investigación (y una cierta inclinación por formar académicos) pero el ciudadano de a pie la percibe como un ente docente, como el lugar al que deben ir los jóvenes a aprender y obtener un título para trabajar ya que el titulo sigue siendo un valioso pasaporte en la sociedad actual. Por estas razones, resulta lógico que las universidades sean tan poco eficientes en el proceso de formar profesionales.
A partir del 22 de octubre de 2013 y a través de Aefol, Javier Martínez Aldanondo impartirá la segunda edición del curso virtual “Cómo implementar una estrategia de Gestión del conocimiento y Aprendizaje en las organizaciones”
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