Opinión
Cultivemos la flexibilidad cognitiva

No podemos aspirar a ser perfectos, pero algo podemos mejorar y, desde luego, la flexibilidad cognitiva constituye una metacompetencia precisa para encarar los retos profesionales de este siglo; una exigencia más de nuestro tiempo. Así lo viene señalando, por ejemplo, el foro de Davos y parece en definitiva preciso llegar a su significado más idóneo.

Por José Enebral Fernández (Consultor colaborador del think tank Know Square)*

 

La flexibilidad cognitiva emerge como buzzword dentro del bloque de fortalezas personales a desarrollar y valorar, y cabe ciertamente preguntarse a qué nos referimos con este término en el contexto profesional (sin olvidar empero el más personal). Parece oportuno, sí, intentar un despliegue de esta fortaleza, porque son diversas las situaciones que nos ponen a prueba. Vayamos viendo.

 

Enseguida pensamos —aquí una primera manifestación deseable de esta flexibilidad— en la capacidad de adaptarse a diferentes y tal vez nuevas situaciones; en la tolerancia, acaso catálisis, de los cambios precisos en las organizaciones. Ya desde la llegada de las novedades técnicas y culturales de las últimas décadas del siglo XX, se han venido percibiendo resistencias. Podría haber en ellas algo más que rigidez cognitiva: también acaso apego al confort, defensa de privilegios o ventajas, falta de compromiso con el futuro compartido… La etiología es diversa al resistirnos, pero surgen muchos cambios inexcusables (y aun urgentes) en los tiempos que corren; tiempos que nos demandan, sí, una idónea actitud facilitadora.

 

Para una segunda expresión posible del término, aproximaríamos la flexibilidad a, coloquialmente dicho, poder tener varias cosas en la cabeza y pasar con agilidad de una a otra: una cierta versatilidad. Hay personas que suelen tener la conciencia bastante ocupada en un tema determinado, y resulta difícil distraerlas, sacarlas de él; hablamos, por ejemplo positivo, de los más creativos en los diferentes campos (cuya contribución al progreso, al bienestar, hemos de agradecer). Diríase empero que al resto de individuos se nos pide gestionar de modo idóneo el espacio de la conciencia. Allí habrán de coexistir varios asuntos-temas, y hasta hemos de dejar hueco para lo imprevisto que demande atención inmediata.

 

Desde luego es fácil que, en nuestro desempeño habitual, debamos encarar tareas diferentes a la vez, llevar varias gorras y quizá alternarlas a menudo, estar siempre abiertos a novedades. En esta segunda lectura que hacemos de la flexibilidad cognitiva, se nos pediría en efecto que resultemos ágiles, versátiles, receptivos; que nos adaptemos a la realidad del momento.

 

Para una tercera manifestación apuntemos a la conversación, a la comunicación, a los mensajes que dirigimos a los demás. Cuando hablamos o escribimos, hemos de pensar en los destinatarios y hacerlo con suficiente dosis de empatía (cognitiva y aun afectiva); asimismo y ante unos interlocutores ocasionales, acaso inesperados, habríamos de modular nuestro mensaje y lenguaje tras la deseada sintonía. Además, cada tema de conversación puede ser contemplado desde perspectivas diversas y bueno parece tenerlas en cuenta, aunque la nuestra fuere una muy específica.

 

En pro y pos de la efectividad, se nos pediría que pensemos en cada destinatario al dirigirle cada mensaje; que este resulte apropiado y proporcionado; que no nos empeñemos en llevar razón o exhibir supremacía dialéctica; que evitemos prolongar discusiones vanas; que en modo alguno pensemos que la gente es tonta; que no hagamos a nadie comulgar con ruedas de molino ni de camión; que atendamos, en suma, a las circunstancias y expectativas, declaradas o no, de aquellos a quienes nos dirigimos (lo que nos lleva a la siguiente lectura).

 

La comunicación da, sí, para una cuarta lectura: enfoquemos ahora la escucha. Se viene admitiendo que no escuchamos con suficiente atención o interés; que simplemente esperamos el turno para decir lo que queremos. Es verdad que quien habla debe hacerlo con claridad y concisión, sin extenderse más de lo preciso, pero nosotros hemos de esforzarnos en recibir su mensaje. Comprender a los demás (su punto de vista, su inquietud, su argumentación, por muy distinta o distante que nos resulte) forma parte, sin duda, de la flexibilidad cognitiva a que nos referimos. No se nos exige que demos por positivo y acertado todo lo que escuchamos, sino que estemos abiertos a entender, comprender, dialogar.

 

Ciertamente se nos demanda una mayor sensibilidad ante las ideas, inquietudes y opiniones de los demás; una presencia auténtica en cada circunstancia. Y no se nos olvide la escucha intuitiva, la que hemos de desplegar cuando nos hablan los gestos, la mirada, la situación; o cuando hay mensajes entre líneas. Aquí se fundiría la empatía cognitiva con la afectiva, incluso aunque estemos ante desconocidos. En efecto, esta cuarta lectura del término nos movería a ser más receptivos y empáticos, a captar e interpretar evidencias e indicios, a situarnos en el aquí y el ahora.

 

Situémonos ahora —quinta expresión— en nuestras reflexiones en solitario. Cabe distinguir en el pensamiento diferentes modalidades: conceptual, analítico, sintético, lógico, sistémico, inquisitivo, argumentativo, conectivo, inferencial, estratégico, exploratorio, analógico, divergente… ¿Lo cultivamos debidamente en todas ellas? ¿Atendemos tanto a lo que favorece a nuestros intereses, como a lo que no? ¿Tomamos conciencia de nuestros prejuicios y tratamos de ser siempre objetivos? ¿Acertamos en las analogías y aseguramos las inferencias? ¿Reflexionamos sobre el feedback recibido? ¿Solemos reducir los asuntos conflictivos a falsos dilemas? ¿Argumentamos con solidez?

 

Sí, hay mucho más. ¿Perseguimos metas de largo plazo? ¿Cambiamos de opinión cuando nuevos datos lo exigen? ¿Conseguimos salir de los temas que nos atascan inútilmente la cabeza? ¿Observamos los hechos con amplitud y perspectiva? ¿Sabemos desmenuzar, trocear, los problemas complejos? ¿Respetamos los conceptos, o intentamos adaptarlos a nuestra conveniencia? ¿Damos palos de ciego? ¿Matamos moscas a cañonazos? ¿Nos aferramos a los errores? ¿Cerramos temas en falso? ¿Atendemos a las consecuencias de nuestras decisiones-acciones?

 

Vayamos al meollo de la flexibilidad cognitiva: hemos de razonar e intuir, divergir y converger, analizar y sintetizar, deducir e inducir, perseverar y desistir, conectar y desconectar; hemos de mostrarnos audaces y prudentes, autoconfiados y autocríticos, preactivos-reactivos-proactivos; hemos de distinguir entre sospechas y certezas, recuerdos e imaginaciones, realidades y deseos. También hemos de considerar ventajas e inconvenientes, causas y consecuencias, diferentes perspectivas, alternativas posibles…

 

Y hemos de atender tanto a lo general como a los detalles, tanto a las tareas como a los objetivos. Y asimismo hemos de mantener la frescura mental ante el estrés, la presión, la adversidad, la urgencia, la paradoja, la confusión. Esta quinta lectura apuntaría, por tanto y bien lejos de la rigidez, a la plenitud y agilidad cognitiva entendidas en profundidad; a un gobierno intenso y hasta piruético del pensamiento, en beneficio de los resultados.

 

Esta quinta expresión apuntaría, sí, a un aprovechamiento pleno de la capacidad de pensar, practicada con esa especie de control de calidad que supone el denominado pensamiento crítico (en buena medida, autocrítico). Los mejores pensadores nutren, integran y cultivan sus recursos cognitivos, y eso se espera de nosotros en el ejercicio profesional de nuestro tiempo, sin menoscabo de las fortalezas de la inteligencia intra e interpersonal, ni del resto de rasgos tenidos por cardinales y aun inexcusables en nuestro perfil.

 

Estos pensadores, los de la quinta expresión, vendrían a representar la quintaesencia del pensamiento en el desempeño cotidiano del trabajo intelectual. En ellos la flexibilidad cognitiva podría llegar a percibirse como contorsionismo bien entendido (ajeno, claro, al escapismo, el funambulismo, la volubilidad, la inconstancia, la irresolución, la ductilidad, el maquiavelismo o el mareo de la perdiz); contorsionismo materializado en la rápida e idónea adaptación a realidades inesperadas, en el decidido y efectivo avance por caminos sinuosos e intrincados, en el escrutinio de mentes complicadas y mensajes cifrados, en la novedosa y acertada solución de problemas complejos (sin crear otros).

 

No podemos asegurar que la quinta expresión contribuya de modo decisivo al logro de la sexta felicidad, ni la ubicamos en el séptimo cielo, pero sí creemos que vale la pena aspirar a ser cognitivamente potentes, flexibles, ágiles, panorámicos, penetrantes; que vale la pena, sin perder de vista ninguna de las cinco expresiones formuladas, u otras que el lector contemple. Todo ello, en beneficio del protagonismo en nuestro trabajo y nuestra vida. Estamos, sí, ante una fortaleza que habríamos de ir cultivando, poco a poco, desde la etapa escolar.

 

 

 

 

 

*José Enebral Fernández comenzó su actividad profesional en 1972, en el Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph en Madrid, dentro del área de nuevas tecnologías y metodologías para la formación. Ha publicado artículos en revistas impresas como Dirección y Progreso (APD), Capital Humano, Dirigir Personas, Training & Development Digest, Learning Review, Nueva Empresa, Cambio Financiero, Visión Humana, Coaching Magazine, ObservatorioRH, Focus, Know Square y otras, y asimismo en numerosos medios electrónicos.

En su trayectoria personal y profesional se destaca:

 

  • Antiguo alumno salesiano.
  • Casado, dos hijas y dos nietos.
  • Ingeniero Técnico en Electrónica por la Universidad Politécnica de Madrid.
  • Formación posterior en ITT, Eurofórum y ESIC.
  • Profesor en escuelas de posgrado.
  • Diseñador instruccional de sistemas de aprendizaje on line.
  • Consultor en materia de aprendizaje permanente.
  • Conferenciante en diferentes foros y ciudades de España y en Argentina.
  • Premio Know Square al mejor artículo de empresa de 2016 publicado por el think tank.