Opinión
Valores… ¿A qué nos referimos?

Fue al final del siglo XX cuando empezamos a hablar con sensible frecuencia de valores, y hoy resulta muy común que las organizaciones desplieguen la correspondiente proclamación, como parte de la identidad con que desean ser conocidas; se hace también así en los colegios, para describir el modelo educativo. Sí, algunas reflexiones caben, veinte años después.

Por José Enebral Fernández (Consultor colaborador del think tank Know Square)*

 

Cuando surgió la declaración de valores en relación con la cultura empresarial y la identidad corporativa, uno podía ver los pósteres correspondientes en los pasillos del área de Dirección. Me parecía entonces que algunos podían considerarse valores generales de la organización (innovación, competitividad, orientación al cliente…) y otros parecían apuntar más a lo que la empresa valoraba en los empleados (espíritu de pertenencia, trabajo en equipo, profesionalidad, compromiso, aprendizaje permanente…). Parecía tratarse, sí, de cardinales fortalezas cultivadas y valoradas; era cosa bien distinta del “valor” a que se aludía con aquello de “añadir valor añadido”.

 

La verdad es que uno, de perfil crítico, se preguntaba a veces si, a pesar de los pósteres en los pasillos, se estaba valorando más en las personas la obediencia que la inteligencia, la complicidad que el compromiso… Puede que así fuera en algún caso. Pero dejemos el mundo empresarial y asomémonos a la sociedad ciudadana de nuestro tiempo; a los valores-virtudes que en la sociedad se valoran, o se dicen valorar.

 

¿Qué valoramos en las personas con que nos relacionamos? Valoramos el respeto, la empatía, la prudencia, la sinceridad, la brillantez, la generosidad, la humildad, el esfuerzo, la responsabilidad, la gratitud, el cariño, la disposición, la amabilidad, el buen juicio, la flexibilidad, la amplitud de miras, la resiliencia, la solidaridad, la integridad, la compasión, la intuición… Los más religiosos pueden añadir conceptos como la fe, la espiritualidad, el amor al prójimo, la castidad o la caridad.

 

En realidad, cuando enfocamos colectivos consolidados (apunto a religiosos, profesionales, militares, políticos…) podemos topar con alguna dosis de sociocentrismo, y acaso particulares —tal vez ambiciosas— escalas de valores que apuntan al funcionamiento de la sociedad. En estas proclamas de valores caben sensibles diferencias y hasta algunas colisiones. Por ejemplo, algunas libertades pueden resultar altamente valiosas para determinados políticos y sus seguidores, pero muy peligrosas para el clero y los creyentes más fieles.

 

Si pensamos en lo que valora el ciudadano como tal, es decir, la sociedad civil, quizá apuntaríamos, sí, a la libertad, la democracia, la seguridad, los servicios públicos, la educación de los hijos, la protección de los mayores… Aparecen aquí valores de mayor trascendencia, comparados con lo que valoramos en las personas que nos rodean. No sorprende que algunas organizaciones abanderen conceptos que, como la familia, la vida, la libertad o la verdad (aunque tras estas etiquetas se alberguen a veces modelos ideológicos cuestionables), podemos considerar supremos.

 

Por ejemplo cercano, se pide a los antiguos alumnos de colegios salesianos (los registrados en las asociaciones correspondientes) que se movilicen y sean combativos; que prometan defender a toda costa, con un compromiso social, político y económico, la vida, la libertad y la verdad, como valores aprendidos en los centros. En el correspondiente estatuto se describen los significados, y uno insistiría en la importancia de resultar bien concretos al hablar de valores.

 

Parecen en efecto muy numerosos los conceptos que se prestan a diferentes lecturas y, por ejemplo, aunque solíamos vincular la calidad con la satisfacción del cliente, el concepto parece haber derivado en el mundo empresarial hacia meramente seguir los procedimientos operativos. Asimismo se viene interpretando con cierta libertad el liderazgo, el talento, la integridad, la profesionalidad, la responsabilidad social… Pues eso: cuando se proclaman valores —especialmente cuando son de alto nivel—, parecería conveniente identificarlos bien, más allá de la etiqueta: ¿qué se entiende por familia?, ¿qué se entiende por libertad?, ¿qué se entiende por verdad?

 

Vayamos ya a la educación. Seguramente cabe cultivar, en la etapa escolar y en función de las edades, valores como la autodisciplina, la responsabilidad, la paciencia, la memoria, el respeto, la generosidad, el esfuerzo, la sinceridad, la amistad, el compromiso, la prudencia, el razonamiento lógico, el autoconocimiento, la empatía, la creatividad, la argumentación, la sensibilidad ante el arte, la objetividad, el pensamiento crítico, la expresión oral y escrita… Añádase lo mucho que falta, sin olvidar lo más religioso cuando proceda.

 

En efecto, al hablar de valores hemos de enfocar la educación y pensar quizá especialmente en la obligación moral de desarrollar nuestro potencial de seres humanos. Pero, ¿a qué fortalezas humanas habríamos de dar más valor tras la expectativa-meta de la futura competencia personal y profesional, y de un mundo necesaria y urgentemente mejor?

 

Cabe tal vez hacer una pasadita por las 24 fortalezas de Seligman, pero también atender a las necesidades más específicas que los expertos apuntan para los perfiles profesionales, en cada momento y para los años venideros. Por ejemplo, se habla en Davos de la flexibilidad cognitiva, y seguramente no se le presta suficiente atención. Hay otras relevantes asignaturas pendientes en sintonía con las nuevas exigencias, aunque quizá no encajan todavía en la etapa escolar.

 

La reflexión podría extenderse llamando a la idónea selección de valores y a su rigurosa definición-interpretación, y acaso convendría también aludir a los vicios a condenar y erradicar: la corrupción se halla ciertamente demasiado extendida. Pero el lector interesado continuará por donde quiera. Uno desea terminar confesando que valora la vida, pero que no está seguro de valorarla igual hasta el último suspiro; que valora la libertad, pero en forma modulada y compatible con la de los demás; que valora la verdad, pero no aspira a poseerla, sino solo a ser sincero y acaso asertivo.

 

Abril 2017

 

* José Enebral Fernández comenzó su actividad profesional en 1972, en el Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph en Madrid, dentro del área de nuevas tecnologías y metodologías para la formación. Ha publicado artículos en revistas impresas como Dirección y Progreso (APD), Capital Humano, Dirigir Personas, Training & Development Digest, Learning Review, Nueva Empresa, Cambio Financiero, Visión Humana, Coaching Magazine, ObservatorioRH, Focus, Know Square y otras, y asimismo en numerosos medios electrónicos.

En su trayectoria personal y profesional se destaca:

  • Antiguo alumno salesiano.
  • Ingeniero Técnico en Electrónica por la Universidad Politécnica de Madrid.
  • Formación posterior en ITT, Eurofórum y ESIC.
  • Profesor en escuelas de posgrado.
  • Diseñador instruccional de sistemas de aprendizaje on line.
  • Consultor en materia de aprendizaje permanente.
  • Conferenciante en diferentes foros y ciudades de España y en Argentina.
  • Premio Know Square al mejor artículo de empresa de 2016 publicado por el think tank.