Opinión
El conocimiento, entre hiatos

En la era del saber, parece oportuno insistir en los cuidados que requiere el paso de la información a conocimiento, como también en que hemos de atender debidamente a las circunstancias, y elementos en general, que podrían malograr la actuación profesional, incluso contando con el conocimiento suficiente.

por José Enebral Fernández (Consultor colaborador del think tank Know Square)*

 

En lo referido al continuo aprender, cabe decir que el nuevo saber que adquirimos nos llega a través de la información recibida, sea oral, escrita o multimedia, y que nuestra interpretación, nuestra interna traducción de la información a conocimiento, podría generar falsos aprendizajes si no desplegáramos las debidas cautelas. No, no cabe atribuir aquí tanto automatismo como se supone a veces; hay ciertamente diferentes elementos a considerar.

 

Son realmente diversos los factores presentes en esta suerte de hiato —el primero que nos ocupa— situado entre la información y el conocimiento. Luego enfocaremos el otro, el existente entre el saber, entendido como capacidad de actuar, y la correspondiente idónea actuación. Este segundo hiato ha generado bastante más literatura y acaso solo cabe añadir unas pocas reflexiones por si resultaran oportunas; pero empecemos por el primero, entre la información y el conocimiento.

 

Claro, ante una necesidad de documentarnos, hemos de ser precisamente conscientes de ello. Evitemos pensar que ya sabemos todo lo preciso sobre un determinado tema cuando no sea así. Lo anterior suena a perogrullada pero a veces incurrimos, por ejemplo, en opinar sobre asuntos que nos resultan lejanos, incluso queriendo llevar razón. Además, los campos del saber están continuamente creciendo y el mundo está lleno de cambios; de modo que no podemos estar tan seguros de la validez o vigencia de todo lo que sabemos.

 

Sí, hemos de ser hábiles en la búsqueda y consulta de información: es la denominada habilidad (o alfabetización) informacional, distinta de la habilidad informática. Son en general frecuentes nuestros accesos a Internet y a documentación escrita, pero la calidad de la información, en forma y fondo, resulta cuestionable con notable frecuencia. Evitemos precipitación en el paso de la información al conocimiento, especialmente si esta se ha formulado sin intención didáctica y sin el debido esmero. Quizá resulte oportuno el siguiente despliegue para el caso más complejo-ambicioso, desde la necesidad de informarse a la consolidación del nuevo saber:

 

1. Definición de la búsqueda e identificación de fuentes.

2. Localización de información aparentemente útil.

3. (Posibles descubrimientos paralelos de interés).

4. Filtrado de la información inicialmente seleccionada.

5. Interpretación detenida, rigurosa, objetiva.

6. Evaluación y contraste de informaciones relevantes.

7. Síntesis y materialización del aprendizaje.

8. Establecimiento de conexiones e inferencias.

9. Encaje en el mapa de saberes y reflexión sistémica.

10. Difusión-aplicación del conocimiento adquirido.

 

Cada ocasión es única, pero quizá resulte interesante que nos detengamos en la reflexión, y hasta que destaquemos algunos puntos. En efecto, en los accesos a las fuentes podemos topar con información valiosa —descubrimientos a veces serendípicos, a que aludimos en el tercer punto—, aunque no se relacione con lo buscado. Aconsejable resulta guardar esta información, si prevemos una utilidad futura.

 

La interpretación (punto quinto) puede en verdad precisar una dosis de cuidado, incluso contando con que estemos suficientemente iniciados en la materia consultada. No olvidemos que, seamos o no conscientes de ello, nuestra mentalidad (creencias, valores, modo particular de ver las cosas) influye a veces en la interpretación de la información, como asimismo lo hace en el despliegue de conexiones e inferencias (referidas en el punto octavo). Y, sí, también influyen los sentimientos, intereses, prejuicios, preocupaciones, responsabilidades…, sobre todo en momentos de cierto estrés, de los que no se escapa siempre en el puesto de trabajo.

 

Cabe aquí insistir en que la información, si resulta coherente o acorde con nuestra mentalidad (sesgos personales), es percibida y procesada más fácilmente en el cerebro; sin embargo tendemos, si no a rechazar, al menos a acomodar a nuestras creencias e intereses la información que se aleja de ellos. Dicho de otro modo, el cerebro parece empeñado en que la información le encaje con cierta comodidad, aunque sea a costa de la verdad. Si no cuenta con información rigurosa, la inventa: parece mejor una falsa que ninguna, si se adapta a nuestras creencias o deseos.

 

Por avanzar, demos por sólido el aprendizaje derivado de la información consultada, y prosigamos. Recordábamos al principio que del conocimiento se dice, simplificando, que capacita para actuar. De eso se trata: de pasar a la acción. Aquí aparece el segundo gran hiato: entre el conocimiento y su idónea aplicación.

 

Ciertamente, y sobre todo desde McClelland, sabemos bien que el desempeño nos exige, junto al conocimiento (técnico, operativo, etc.), un abanico de facultades, habilidades, actitudes, fortalezas y hábitos, como también una mentalidad idónea (creencias, valores…) y, desde luego, una conciencia de la meta a alcanzar. Ya en los años 90, Goleman, que había sido pupilo de McClelland, nos sensibilizó sobre la importancia (creciente) de la denominada inteligencia emocional en el desempeño profesional.

 

Solo cabe, si acaso, añadir que esta inteligencia resulta lógicamente deseable para todos, en la vida personal y en la profesional. Quizá hay que insistir en esta idea, porque la literatura del management puso enseguida mucho empeño en asociar el concepto de liderazgo (referido a los directivos) con los mensajes sobre la nueva inteligencia. Futuros líderes o no, bueno es que todos cultivemos la inteligencia intra e interpersonal, comenzando ya en la pubertad.

 

Procede asimismo detenerse en algunos obstáculos que aparecen en este hiato y sobre los que, por ejemplo, José Antonio Marina llamó nuestra atención en La inteligencia fracasada. En efecto y por muy inteligentes que seamos, nuestra actuación puede verse sensiblemente afectada por elementos como la vanidad, la pusilanimidad, los prejuicios, la procrastinación, el apresuramiento inferencial, el descontrol de la atención o los impulsos, el desacierto en la elección de metas… Léase también este libro del autor, que se nos muestra especialmente alineado con el propósito de obtener el máximo provecho de la inteligencia y el conocimiento.

 

Pero quería llegar, también y finalmente, a la existencia de procedimientos establecidos, que acaso lo habrían sido a veces más por afán de exhibirlos (para certificarse en calidad) que de buscar la excelencia en productos y servicios. Estas referencias procedimentales podrían entrar en conflicto con el sentido común y con el inexcusable e idóneo uso de la inteligencia, a que llama la economía general del saber y el innovar. Seguir al pie de la letra los protocolos y las normas puede generarnos un cierto confort, pero también podría conducir a sonoros desaciertos cuando, en determinados casos, no nos paráramos a pensar.

 

En realidad el lector interesado puede completar la reflexión con sus experiencias o vivencias, y solo se trataba de subrayar lo deseable que resulta obtener el máximo provecho de la información disponible y asimismo del correspondiente conocimiento adquirido. Un buen año 2016 para todos.

 

 

Diciembre 2015

 

 

* José Enebral Fernández comenzó su actividad profesional en 1972, en el Centro de Investigación de International Telephone & Telegraph en Madrid, dentro del área de nuevas tecnologías y metodologías para la formación.

Ha publicado artículos en revistas como Dirección y Progreso (APD), Capital Humano, Dirigir Personas, Training & Development Digest, e-Learning America Latina, Nueva Empresa, Cambio Financiero, Visión Humana y otras, y asimismo en portales de Internet.

En su trayectoria profesional se destaca:

  • Ingeniero Técnico en Electrónica por la Universidad Politécnica de Madrid.
  • Formación de posgrado en ITT, Eurofórum y ESIC.
  • Profesor de EUDE.
  • Diseñador instruccional de sistemas de aprendizaje on line.
  • Consultor en materia de aprendizaje permanente.
  • Autor del libro “La intuición en la empresa” (Gestión 2000).