Análisis
Cómo desarrollar comunidades de práctica en procesos de formación

Claves para crear y nutrir los espacios de creación de valor por excelencia en el aprendizaje informal corporativo, apoyado en tecnologías.

 

por Mónica Gutiérrez Ortega, investigadora y consultora en formación corporativa y gestión del conocimiento de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)*

 

En los últimos años ha habido un cambio en la concepción sobre cómo las personas aprenden y utilizan el conocimiento y la información en los contextos profesionales y organizativos.

 

No es una moda pasajera fruto del fuerte impacto de las redes sociales, sino que desde 1991 diversos autores vienen analizando el impacto del aprendizaje informal que se produce en las organizaciones.

 

Bajo un planteamiento que defiende la idea de que el aprendizaje implica participación en comunidad y que la adquisición de conocimientos se considera un proceso de carácter social, emergen las Comunidades de Práctica como un nuevo escenario en el que el aprendizaje y la participación se aúnan para dar sentido a la práctica que se produce en el día a día de las organizaciones.

 

Las Comunidades de Práctica son grupos no formales cuyo origen y funcionamiento no tienen que ver con el organigrama, ni con las funciones, ni con la jerarquía dentro de la organización. Sin embargo, poseen una estructura formal de funcionamiento, unas dinámicas sistemáticas basadas en una experiencia y una identidad común. Son grupos de personas que comparten pasiones, preocupaciones, problemas o intereses comunes y mejoran su práctica a través de la colaboración y la interacción.

 

Las Comunidades de Práctica son el contexto de creación de valor por excelencia en el aprendizaje informal corporativo. Son el medio ideal para que los profesionales, además de compartir experiencias y conocimientos, hallen respuestas a diversidad de casos cotidianos que van más allá del saber y del trabajo directamente relacionado con su área, pero que también tienen que ver con su práctica.

 

Por todo ello, las Comunidades de Práctica no deben quedarse al margen de las estrategias de formación. Las organizaciones deben atreverse a salir del modelo de formación clásico para abordar procesos de formación informales que apoyen, acompañen y faciliten experiencias de aprendizaje y participación de este tipo.

 

Si desde las organizaciones se quiere apoyar la evolución de las Comunidades de Práctica ya existentes o promover la aparición de nuevas, hay que ser proactivos y sistemáticos con su desarrollo e integración dentro de la estrategia organizativa para que alcancen su máximo potencial. Por lo tanto, aunque no podemos planificarlas y promoverlas, en el sentido tradicional, ya que las Comunidades de Prácticas, emergen y se forman de manera natural, sí que podemos promover y guiar su evolución, ayudando a sus miembros a identificar el conocimiento, eventos, roles y actividades que catalizarán su crecimiento (Wenger, McDermott y Snyder, 2002).

 

Una vez que desde la organización se decida apoyar la evolución de las Comunidades de Práctica, se debe tener en cuenta que éstas surgen en redes de trabajo preexistentes y evolucionan sin un diseño particular, dependiendo de los nuevos miembros que se van sumando y de la evolución de los asuntos que tratan. Por ello, en los primeros momentos es importante orientar a la comunidad y fomentar su evolución natural. Por ejemplo, facilitando espacios de encuentro, presenciales o virtuales, para analizar y resolver problemas que promuevan finalmente el desarrollo de la comunidad.

 

En estos primeros momentos, también se debe tener en cuenta que las Comunidades de Práctica existen porque aportan valor a sus miembros, a la comunidad y, cuando están alineadas con estrategia, a la organización. En esta labor de apoyo, no se debe olvidar que los intercambios que otorgan mayor valor, son los que ocurren día a día, resolviendo problemas y dando satisfacción a las necesidades de sus miembros.

 

Este factor es clave ya que la pertinencia y valor real que cada miembro percibe en las relaciones que tiene con otro son fundamentales para fortalecer el compromiso con la Comunidad de Práctica. Por ello, una comunidad debe ser capaz de generar el suficiente valor como para que todos sus miembros encuentren aquello que buscan con su pertenencia.

 

A pesar de que los miembros se sientan partícipes, no todos intervienen ni colaboran del mismo modo. Cada miembro de la Comunidad de Práctica tiene una forma determinada de participar, mientras unos valoran el intercambio de conocimiento, otros valoran la red de contactos y otros, simplemente, formar parte de la comunidad.

 

No debemos olvidar que, como señalan Wenger, McDermott y Snyder (2002), únicamente del 10 al 15% de los miembros de la comunidad asumirán la responsabilidad de su funcionamiento, del 15 al 20% serán miembros activos y que el resto serán personas que desde la periferia observarán y aprenderán las interacciones que se produzcan. Por ello, será fundamental que se invite a participar con la intensidad que cada miembro considere apropiada.

 

En determinados momentos para dar un impulso a la comunidad o para promover la participación, puede ser adecuado que entre un “soplo de aire fresco” que ofrezca nuevas perspectivas. Por ello, la organización y la comunidad debe abrir un dialogo entre perspectivas internas y externas que traiga información nueva y que suscite nuevos procesos de creación de conocimiento, siempre respetando la dinámica ya existente.

 

Pero la participación y el intercambio de opiniones, perspectivas y conocimientos no se dan en el aire sino que se produce en espacios propios de la Comunidad de Práctica. Desde las organizaciones se puede apoyar a las comunidades ofreciendo entornos de colaboración en los que participar, establecer conexiones o simplemente observar se pueda realizar de un modo natural a la vez que sistemático.

 

Estos espacios de encuentro deberán facilitar tanto la familiaridad como la gestión del conocimiento. Se debe buscar un equilibrio entre el pragmatismo y lo social. Los espacios sociales, bien sean de discusión o de esparcimiento, son vitales para consolidar lazos personales entre los miembros. El compartir un tiempo social va a hacer que se consoliden las relaciones entre los miembros de la comunidad ya que permiten interactuar con más confianza y en ambientes más distendidos.

 

Para finalizar, señalar que a medida que la comunidad evoluciona, cambia. Por ello, desde la organización hay que apoyar a la Comunidad de Práctica para que puedan encontrar su propio ritmo, su “tempo”. Si sus encuentros son demasiado frecuentes o rápidos, la comunidad siente el ahogo y sus miembros dejan de participar porque se sienten superados. Si sus encuentros son demasiado espaciados y lentos la comunidad se vuelve perezosa. Es fundamental prestar atención a la búsqueda del ritmo correcto.

 

Resumiendo, podemos señalar que las Comunidades de Práctica son un medio ideal para compartir el conocimiento individual y crear conocimiento colectivo; para desarrollar la capacidad de crear y retener el conocimiento. Pero para ello, las organizaciones deben comprender los procesos de participación, colaboración, aprendizaje y cómo estos evolucionan con la comunidad y sus miembros. Las organizaciones no deben ni descartar ni obstaculizar estos procesos, sino más bien reconocer, apoyar y aprovecharse de los flujos que se dan ellos.

 

Desde las estrategias de apoyo pedagógicas, tecnológicas y organizativas que se pongan en marcha debemos tener en cuenta que será necesario que:
• seamos proactivos y sistemáticos con su desarrollo e integración dentro de la estrategia organizativa.
• orientemos a la comunidad y fomentemos su evolución natural.
• tengamos en cuenta que las Comunidades de Práctica existen porque aportan valor a sus miembros, a la comunidad y, cuando están alineadas con estrategia, a la organización.
• recordemos que cada miembro de la Comunidad de Práctica tiene una forma determinada de participar.
• analicemos cuando es necesario abrir un dialogo entre perspectivas internas y externas.
• apoyemos a las comunidades ofreciendo entornos de colaboración en los que participar, establecer conexiones o simplemente observar.
• busquemos un equilibrio entre los aspectos pragmáticos y los sociales.
• ayudemos a la Comunidad de Práctica a que pueda encontrar su propio ritmo, su “tempo”.

 

*Mónica Gutiérrez Ortega es Doctora por la Universidad de Salamanca. Licenciada en Pedagogía y Master en Dirección y Gestión de la información y el conocimiento en las organizaciones. En la actualidad es investigadora y consultora de formación corporativa y gestión del conocimiento para diferentes entidades y profesora en el Master Universitario de Educación y TIC (e-learning) y en el Postgrado en Redes sociales e Intercambio de conocimiento de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).